Donald Trump ha anunciado este jueves un
nuevo desafío en su todavía corta pero ya agitada presidencia: acabar
con uno de los pilares fundamentales que sustentan la estricta separación entre
Iglesia y Estado en el país que dirige, la Enmienda Johnson.
“Voy a librarme y voy a destruir
completamente la Enmienda Johnson y voy a permitir que los representantes de la
fe hablen de manera libre y sin miedo a represalias. Lo voy a hacer,
recordadlo”, dijo Trump este jueves durante el Desayuno Nacional de Oración en Washington.
La Enmienda Johnson debe su nombre al
entonces senador por Texas y más tarde presidente de Estados Unidos Lyndon B.
Johnson, que fue quien la propuso y logró su aprobación en 1954. Es una cláusula
que estipula que entidades libres de pagar impuestos, como iglesias u
organizaciones caritativas, no pueden participar, directa o indirectamente, en
ninguna campaña política a favor o en contra de un candidato. De este modo,
impide que líderes religiosos usen sus púlpitos para manifestar su apoyo su
oposición a un candidato con el objetivo de influenciar a su congregación.
Esta disposición fue aprobada durante la
presidencia del republicano Dwight Eisenhower y, durante décadas, no fue
cuestionada ni por republicanos ni por demócratas. Pero como tantas cosas en
este último ciclo electoral, el tono cambió con Trump, un candidato que durante
la larga campaña hizo numerosos guiños a los sectores religiosos del país,
especialmente a los evangélicos, para acumular votos y apoyos.
“Nuestra república fue creada sobre la base
de que la libertad no es un regalo del Gobierno, sino de Dios”, dijo este
jueves Trump. Y citó a Thomas Jefferson, el tercer presidente estadounidense y
uno de los padres fundadores del país, para justificar su maniobra. “Jefferson
se preguntó si las libertades de una nación pueden estar seguras cuando
quitamos la convicción de que esas libertades son un regalo de Dios”, continuó
el republicano. “Y entre esas libertades, está el derecho a venerar de acuerdo
con nuestras propias creencias”, concluyó su argumento.
El guiño al sector religioso más conservador
del país, ese que le votó, es indiscutible. Acabar con la Enmienda Johnson es
una de sus promesas de campaña y complementa a su compromiso de nombrar a un
juez para la Corte Suprema que concuerde con esos valores cristianos
conservadores, tal como acaba de hacer con la nominación de juez Neil Gorsuch para
ocupar la plaza vacante en el Tribunal Supremo. Su vicepresidente, Mike Pence,
y su asesora, Kellyanne Conway, se convirtieron también la semana pasada en los
primeros miembros de un gobierno que participan en la anual marcha contra el
aborto que se celebra en Washington por el aniversario de la decisión del
Tribunal Supremo que legalizó la interrupción del embarazo en 1973. Trump
manifestó públicamente su apoyo a esa protesta, mientras que ignoró por completo la mucho más multitudinaria
Marcha de las Mujeres celebrada unos días antes por las mismas
avenidas.
El año pasado, en uno de sus actos de
campaña, Trump aseguró que, bajo su gobierno, “nuestra herencia cristiana será
preciada, protegida, defendida como no habéis visto nunca antes”. Y lanzó su
promesa de acabar con la enmienda que ahora ha vuelto a poner bajo su mira. “Lo
primero que tenemos que hacer es devolverle a nuestras iglesias su voz. La
Enmienda Johnson ha impedido a nuestros pastores decir lo que piensan desde sus
púlpitos. Si quieren hablar de cristiandad, si quieren predicar o hablar de
política, no pueden hacerlo, porque se arriesgan a perder su exención fiscal”,
afirmó.
Estados Unidos es un país profundamente
religioso, fundado en buena parte por personas que huyeron de Europa en busca
de un lugar donde poder ejercer libremente su religión. Pero no es un país de
un credo único, oficial.
La nueva Administración no es la única que ha
profesado públicamente su fe. George W. Bush también era famoso por su
religiosidad y por la profesión pública que hacía de la misma. Pero la
inquietud ha aumentado con Donald Trump y su equipo, que incluye un
vicepresidente, Mike Pence, ultraconservador y
profundamente religioso, y una mano derecha como Stephen Bannon, con profundos vínculos con
el ultranacionalismo y que en el pasado ha denunciado públicamente cómo la
secularización de la sociedad “ha minado la fuerza del Occidente judeocristiano
para defender sus ideales”, como dijo en una conferencia en el Vaticano en
2014.
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